lunes, 18 de marzo de 2024


 

Novela de ciencia ficción de 1926 que relata las peripecias de una joven estadounidense en Centroamérica donde intenta desbaratar una conjura que pondrá en jaque el futuro de la humanidad a través del uso de un arma geofísica.

martes, 7 de junio de 2022

Los gauchos bolaceros del chacarero y escritor Benedicto Soldavini

Compartimos la nota escrita por Lautaro Ortiz y publicada el pasado domingo 5 de junio en el diario Página 12:


Curioso de las ciencias, del esoterismo y la ciencia ficción, y colaborador de revistas como "Vea y Lea" y "Pampa Argentina", su obra temprana se inscribe dentro de una gauchesca bizarra, cercana a Wimpi y Don Verídico, publicada un siglo atrás. 

Por Lautaro Ortiz


A Wimpi se le debe la temprana, fácil y sencilla aclaración acerca del frecuentado término “weird gaucho”, variante local del “weird western”, es decir, algo así como la aparición inconcebible de un hecho fantástico-sobrenatural en zonas rurales argentinas. Para el humorista uruguayo la historia no se trata más que de “literatura de gauchos bolaceros”, es decir, historias improvisadas hasta la exageración para ser compartida en las mesas tambaleantes de una pulpería, alrededor de un pobre fogón, en una comisaría sin presos o junto a un vaso de caña una noche de velas, con el objetivo de mitigar por un rato la soledad, la pobreza y el tedio del paisaje. Cuentos que siempre arrancan por algo realmente “sucedido” e indefectiblemente terminan “en la más fantástica de las patrañas”. Pero ojo, esas patrañas no son simples historias, debajo del poncho suelen ocultar una crítica filosa contra los dueños de la tierra.

La literatura de gauchos bolaceros aparece de tanto en tanto y casi siempre como referencia detectivesca entre quienes detectan huellas en ciertas corrientes de la narrativa moderna, léase páginas de Roberto Bolaño, César Aira o Alberto Laiseca, y no más. El silencio editorial, acompañado de cierto desprecio, acaso por su vecindad con el cuento humorístico, el chiste y la picardía popular, convirtió a esta forma de relato en un fenómeno para melancólicos. Por suerte para nosotros esos melancólicos (como Mariano Buscaglia de Ediciones Ignotas y Dolores García de ediciones El Ramo) forman parte del pujante universo de las editoriales independientes que, contra cualquier especulación económica, llevan adelante una tarea de recuperación y de preservación de esos bordes incómodos en la costura de la memoria literaria argentina.

En este caso se trata de la aparición de los reveladores Cuentos de Baliño del narrador y chacarero Benedicto Antonio Soldavini uno de esos tantos creadores invisibles de la patria que supo hacerse un nombre a fuerza de artículos para diarios y revistas importantes (La Nación, Vea y Lea o Pampa Argentina) durante la primera mitad del siglo XX, publicaciones donde desarrolló desde temas gauchescos hasta reflexiones sobre la energía atómica, los avistajes extraterrestres e, incluso, artículos con tufo a denuncia sobre “la pérdida de la tierra en manos de los grandes latifundistas”.

Baliño es un viejo solitario, frecuentador de ranchos y pequeñas estancias que siempre anda con ganas de hablar con los que trabajan la tierra de sol a sol. Ni bien alguien le pregunta algo o alguna situación le recuerda otra, él desembucha un recuerdo de su juventud donde todo es posible, incluso que los caballos vuelen. “¿Creen que digo mentiras?”, dice. Pero Baliño no es un loco, o en todo caso su locura tiene una historia que podría arrancar por Los cuentos del Viejo Quilques de Santiago Maciel (1928), y seguir luego con los Cuentos de Don Claudio Machin (1947) y Cuentos del Viejo Varela (1953) ambos de Wimpi, e incluso bifurcaciones como, por ejemplo, los Cuentos de Don Verídico (1978) del uruguayo Julio César Castro (Juceca), personaje que luego retomó hasta el mismísimo Landrisina.

El viejo Baliño apareció por primera vez en 1928 en la sección dedicada a los niños de la revista Pampa Argentina, publicación especializada en temas rurales. Sus historias encontraban en el público infantil la necesaria suspensión de la incredulidad para aceptar que un hombre con lazo, boleadoras, poncho y un facón más o menos filoso pudiera ser capaz de enfrentarse no sólo al mismísimo diablo sino también a una naturaleza que para demostrar su poderío puede lanzar al desprevenido, por ejemplo, arañas gigantes. Este cuentero, que a veces aparecía dibujado en las páginas de la revista junto a la carita de niños felices, fue presentado por la publicación a los lectores de la siguiente manera: “Baliño era un viejo criollo que en torno a los fogones camperos o en cualquier ocasión, un alto en los trabajos de rodeo o una mateada en la esquila, por ejemplo, refería historias fantásticas, sucesos extraordinarios ocurridos durante su larga vida. Bastaba que alguien le pidiera que contara algo para que relatara, con admirable aplomo, algunos de sus cuentos”, y el texto terminaba por afirmar: “En varias regiones a donde llegó él o su fama, su nombre se utiliza para entender que es exagerado o increíble lo que se cuenta. ‘Es cosa de Baliño’ o ‘Es cuento de Baliño’, significa que lo que se requiere tiene mucho, sino todo de lo fantástico y religioso”.

En los 27 relatos que conforman Cuentos de Baliño las proezas de este gaucho –del que nadie tiene certeza de su existencia– son dignas de recordar: en su juventud fue capaz de domar una langosta tan grande como un toro; desollar un lazo tan extenso como fuerte para sujetar y volver a su sitio el techo de un rancho arrancado por una feroz tormenta; rescatar a una “güena moza” de una turba de caníbales aparecidos sin mayor explicación luego de una gran lluvia; descubrir el misterioso relleno de unas empanadas que hacen levantar a los esqueletos hambrientos del cementerio; alargar un arroyo con sus filosas espuelas y hasta ahogar a un malón entero, caballos e indios, en un charco.

“Si existió o no es un dato menor, lo importante de Baliño es, en comparación con sus cultores, que él representa al gaucho más bolacero de todos los gauchos, con un poder extraordinario de imaginación, exageración y una audacia que le permitía recurrir, por momentos, a lo escatológico. El viejo Baliño, que no deja de ser un cliché conocido del folklore y de la literatura rural, es un espíritu libre que se mueve en un escenario todavía no regido por la avaricia terrateniente, anda en un territorio a punto de ser conquistado y luego perdido en manos de los dueños de la tierra”, afirma el investigador Mariano Buscaglia y quien iluminó la obra de Soldavini (olvidada durante décadas) en el excelente estudio que precede a la edición de Cuentos de Baliño, a tal punto de demostrar que aquella frase asociada a David Viñas, dueños de la tierra, fue una muletilla constante en la prosa del narrador chacarero.

“Mi primer contacto con Soldavini fue de casualidad mientras hurgaba en los anaqueles de una librería de viejo sobre la Avenida Corrientes. Ahí me encontré con un pequeño librito, prácticamente un folleto, de una hechura muy primitiva, titulado Cuentos de Baliño. Me llamó la atención el año, 1932, el hecho de que se tratara, a todas luces, de una autoedición y que su temática fuera la gauchesca. Lo compré, lo leí y a partir de ahí me desesperé por conocer más sobre el autor. Así me enteré que editó en Pampa Argentina, originalmente, los primeros relatos de Baliño que después completó en ese volumen impreso junto a otros inéditos”, cuentos que la revista, aparentemente, no accedió a publicar por su fantasía desbordante. Bucaglia comenta además que mientras los editores de Pampa Argentina llegaron a equiparar las mentiras de Baliño a las del Barón de Münchhausen, para el investigador bien podría vinculárselo también a las hazañas del legendario Pecos Bill, aquel “vaquero cuyas proezas ayudaron a conformar la topografía mítica del lejano oeste americano” ya que Baliño al igual que aquellos mitos del oeste pertenece a esa raza de “personajes capaces de realizar hazañas sobrehumanas y cuyas aventuras, paródicas y legendarias, pueden interpretarse como eslabones perdidos entre los mitos clásicos y los superhéroes modernos”.


Tampoco es casualidad que quienes escuchan a Baliño, o quienes le reclaman al viejo nuevas patrañas, siempre sean los laburantes de la tierra y nunca, claro, los dueños de las estancias: “Es que el relato de campo no era algo compartido con los patrones, gente criada en la ciudad. Los relatos de campo se contaban en las rondas nocturnas dentro o fuera de los ranchos o durante la siesta, donde los viejos relataban los ‘sucedidos’ o rememoraban viejas hazañas, infladas y exageradas adrede. De hecho, yo mismo recuerdo a unos paisanos de los pagos de Mar del Sur, que conocía mi tío Enrique Breccia, que nos contaban con absoluta seriedad y con buena fe cómo las ballenas, durante los meses de invierno, atravesaban un arroyo en el que a duras penas podían nadar unas mojarras. Es la forma que tienen o tenían las personas de campo adentro de romper con la monotonía pampeana. Mentira y fantasía son, en estos casos, sinónimos equiparables. Una buena mentira es bien recibida porque destruye esa sensación de eternidad que parece transmitir, con algo de desesperación para el ser humano, la geografía pampeana. Y en el caso de Baliño, hay que tener en cuenta que Soldavini fue un enemigo declarado de los terratenientes y de las leyes que los favorecían. Fue su cruzada personal durante toda su vida y, prácticamente toda su obra, está atravesada por esa obsesión”, reflexiona Buscaglia.

Benedicto Antonio Soldavini nació en 1900 en Benito Juárez pero vivió hasta su muerte en 1966 en el pueblo De la Garma, partido de Gonzalo Chávez, en la provincia de Buenos Aires. Autodidacta, curioso de las ciencias, del esoterismo y de la ciencia ficción, fue un acérrimo defensor de la vida campesina y de la propiedad en manos de quienes la trabajan. Su vida y obra desde hace años ingresó en el cono de luz de los mitos, atribuyéndole, incluso, rasgos adivinatorios que van desde el acierto del precio futuro de las alpargatas hasta la escritura de artículos acerca de las consecuencias de las bombas atómicas que ninguna revista le quiso publicar por la sencilla razón que aún faltaban dos décadas para que Truman diera la orden de lanzar el horror desde el aire.

Soldavini, que alternó su vida entre las chacras y la escritura (dicen que leía seis libros por semana) frecuentó la escritura en publicaciones periódicas no sólo para subsistir, sino para darle impulso a su obra que está desperdiga mayormente en las páginas amarillas de las revistas de la época. Pese a eso editó el ensayo La cuestión rural (1928), la obra teatral El drama de la tierra (editado por Tor) y escribió una novela de largo aliento titulada Agua entre los dedos (1956) que no llegó a publicar en vida y que, tras años de custodia de sus familiares, acaba de ser editada por el sello El Ramo de Dolores García.

“Me interesó la opinión que plantea en esa novela sobre una producción agrícola responsable, capaz de proporcionar alimento y trabajo sin enriquecer a unos pocos, un tema que obsesionó a Soldavini”, dice la editora que no deja de sorprenderle alegremente el hecho de que el lanzamiento de la novela del chacharero coincida con la edición del rescate de Cuentos de Baliño por Ediciones Ignotas (ambos obtuvieron una beca del Fondo Nacional de las Artes), ya que de esta manera, se completa de algún modo el universo literario por el cual anduvo Soldavini durante sus años de escritura.

Si con las historias de Baliño encontró en el elemento fantástico una manera de retratar la necesidad del hombre rural de imaginar otro mundo, en la novela pone en juego ya sin disfraces sus contradictorios pensamientos políticos sobre las democracias, el imperialismo y “el populacho” –la novela fue escrita en el 1956–, mientras relata la aventura entre la ciudad y zonas rurales y la manera en que una familia debe enfrentarse y sobrevivir a la dura vida de la tierra. “Lo más notable es que Soldavini era, a todas luces, un tipo con un espíritu y una filosofía muy positivista o cientificista, por lo que la imaginación que enarbola en sus relatos es equiparable, en alguna medida, a la que usaba Lovecraft que también era un escéptico y un descreído. Pero no era a través de la razón que sus personajes trascendían, sino a través de la simbología fantástica. En el caso de Soldavini, da la impresión de que la fuente del poder de su personaje siempre es la fuerza telúrica, el poder de la tierra, que también es el objetivo final que defiende el autor en su novela póstuma. Así que si bien, los Cuentos de Baliño son puro weird-gaucho, detrás de esa exageración hay un propósito que es defender el bien más valioso que tiene el ser humano: el terruño, primer y último bastión de la vida, según el autor”, concluye Mariano Buscaglia.

miércoles, 11 de mayo de 2022

¡Nuevo lanzamiento! Cuentos de Baliño de Benedicto A. Soldavini


Compilación de los cuentos publicados, entre 1928 y 1932,  por el autor originario del pueblo de De La Garma, parte de los cuales se difundieron en la revista PAMPA ARGENTINA. 
La temática y el estilo de estos cuentos —por su audacia, delirio y libertad— prefiguran la literatura en la que luego ahondarían autores como César Aira, Alberto Laiseca o Sergio Bizzio. 
Puro weird gaucho, este libro relata las aventuras del paisano Baliño que, entre sus muchas proezas, debe domar unas langostas gigantes, enfrentarse con el Mandinga, enlazar luces malas o al mismísimo don Tiempo y realizar decenas de otras peripecias que demuestran la capacidad del hombre de campo para vivir de su imaginación. 
Benedicto Antonio Soldavini (1900-1966) fue un chacarero del partido de González Chaves que colaboró profusamente con diarios zonales y revistas de enorme difusión como Pampa Argentina, Vea y Lea o el diario La Nación.
Sus obsesiones fueron desde la lucha contra las políticas de los terratenientes, la ciencia agraria, la literatura greco-latina, la bomba atómica y hasta, incluso, los platos voladores.

El libro posee los 27 cuentos del autor garmense publicados en el inhallable volumen publicado en 1932. También sumamos las ilustraciones originales aparecidas en la revista Pampa Argentina durante 1928 y 1930.
Le sigue un anexo con otros cuentos del autor y sus artículos más llamativos.

Además posee un estudio introductorio sobre el Benedicto A. Soldavini, su obra y obsesiones, y sobre la revista Pampa Argentina (profusamente ilustrado con imágenes a color).
El volumen cuenta con 220 páginas en papel ahuesado. Ilustraciones a color y tapas con solapas.



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domingo, 7 de noviembre de 2021

Nota en Página 12/ Lautaro Ortiz

Compartimos con los lectores la bellísima nota que escribió el querido amigo Lautaro Ortiz para el diario Página 12 el pasado 24 de octubre (aquí pueden leerlo directamente).


La recuperación de "Cinco hombres en Marte"


Por Lautaro Ortiz


En agosto de 1941 en las cercanías del Dique San Roque, el potentado Silvio Villanueva ordenó la construcción de un artefacto de acero con forma de bala, tres misteriosas puertas y diversos alerones. Bautizó a la máquina “Argentina” y fue la admiración de todo el pueblo. El 14 de ese mismo mes, el financista y cuatro tripulantes jóvenes partieron estruendosamente hacia el cielo gracias a la propulsión de dos enigmáticos combustibles: el Genilo y el Alenita. Pero fue recién el 26 de febrero de 1943 que el semanario Figuritas, la revista del escolar en su N° 346 publicó la verdadera historia de aquel fatídico viaje de los primeros cordobeses en levantar el polvo rojo de Marte.

Obra de ficción del lunfardista y poeta Fernando Hugo Casullo (expulsado de la Academia Argentina del Lunfardo y borradas sus huellas, tras una disputa, por orden de un vengativo José Gobello) la novela Cinco hombres en Marte –por primera vez recuperada y publicada en formato libro a través de Ediciones Ignotas– fue escrita con un único propósito: entretener a los transpirados lectores durante el largo receso escolar del ’43, año que marcó el auge de las publicaciones ilustradas y de arte en Argentina, y fue uno de los puntos más altos de exportación de libros y folletos nacionales.

En ese propicio contexto editorial aparece la obra de Casullo que hoy, como señala el prologuista Pepe Muñoz “a falta de otros antecedentes”, puede considerarse la primera novela de la ciencia ficción interplanetaria moderna escrita en nuestro país. Moderna en relación al espíritu que la anima, es decir, de aventura pura, peripecia tras peripecia, sucesión de acciones sin escalas reflexivas –satíricas o de crítica social– a la que tanto apelaron los fundadores del género como Viaje maravilloso del señor Nic-Nac de Holmberg u otros textos de principios del 1900.

Casullo evitó los ripios y fue al grano. Era consciente del medio y del modo de publicación: Figuritas competía en temas didácticos con la mítica Billiken y el novelón debía caber en una sola entrega a cuatro columnas de apretada tipografía. Para evitar la somnolencia lectora el autor optó por capítulos breves y una escritura simple que, además, se apoyaba en las poderosas ilustraciones del virtuoso Manuel Alejandro Martínez Parma (dibujó para La Razón, y para la colección Robin Hood). En Figuritas se destacaban, entre otros, Carlos Clemen con su tan nombrada historieta Urania y Pedro Gutiérrez que ya había hecho para Cara Sucia en 1940 la increíble Hacia mundos extraños (rescatada recientemente por el escritor y editor Mariano Buscaglia) donde se narra al modo del historietista norteamericano Alex Raymond la primera invasión de insectos extraterrestres que descienden y destruyen la calle Florida. Esta obra de Gutiérrez, que anticipó en 17 años a la invasión de El Eternauta, fue leída sin dudas por este nuevo Casullo que se suma a la literatura visible argentina.

A diferencia de otras novelas del género, Casullo nunca permitió que los cinco cordobeses hicieran turismo en el planeta rojo: los enfrentó a dinosaurios, los hizo cruzar una selva inimaginable, los puso a correr desesperados ante la aparición de arañas de pelaje rojo, los mandó a lidiar con murciélagos de tres metros de alto, a trabajar a la par con la comunidad marciana en plena evolución (que tristemente tomara los mismos y nefastos caminos que la sociedad humana), y les ordenó descifrar dos papiros antiguos que revelaban la existencia años antes de los egipcios que habrían surcado el espacio a bordo de unas naves metálicas con forma de aceitunas.


El tufo pesimista se acentúa cuando la troupe argenta, tras cinco años de convivencia cordial con la tribu marciana, empieza a añorar el terruño y deciden emprender el regreso. Mientras realizan los preparativos logran una inédita comunicación con la Tierra gracias a unas torres eléctricas marcianas que provocaban “una contradicción en las leyes de la conductibilidad”. Así se enteran que en la Tierra los esperan: “Desde el observatorio particular de mi villa en Buenos Aires, he seguido vuestro viaje y ahora soy feliz al captar vuestros mensajes. Seguid transmitiendo. Un amigo os escucha”. Se trata de Rodolfo Meyer una suerte de radioaficionado que los insta, “en nombre de los sabios del mundo entero” a volver y dar a conocer lo visto”. Los cordobeses felices apuran el retorno pero llega el desastre. Una gran ola de agua marciana sacude el planeta y barre con todo, incluso con los tripulantes del cohete-bala “Argentina”.

Cualquier reproche en cuanto al modo de narrar (la prosa) tiene su contrapeso con la imaginería desbordante que puso en juego Casullo, y su habilidad para hacer que las dudas del lector (¿qué pasó? ¿qué eso?) se conviertan en preguntas innecesarias. No hay tiempo para lectores incrédulos. Y el final abrupto, inesperado, acaso sea un gran hallazgo de Casullo.

Algo de esto también observa en un extenso y riguroso estudio el ya mencionado Muñoz: “La presura de su redacción y la nula revisión por parte del autor casi la deja en el estado de un bosquejo, lo cual, no necesariamente, le juega en contra. El texto mantiene una frescura y un ardor juvenil casi primigenios. No es la mejor novela de género escrita en nuestro país, ¿pero qué novela necesita ese adjetivo para ser recordada?”.

La constante exhumación de obras publicadas originalmente en revistas de kioscos durante el período comprendido entre 1940 y hasta poco más allá de 1955, no se explica sólo analizando la huella Durkheim, también es necesario señalar el gran salto ejercido por el mundo del coleccionismo que comprendió la ventaja de trocar “acopio” por “memoria”. Junto al espíritu renovador que impusieron las editoriales independientes –ese saludable desparpajo de publicar lo que se les canta–, el coleccionismo hoy completa en cuanto a la cultura del folletín y a la imaginería de las rotativas, el vacío existente en las instituciones de resguardo cultural, las cuales fueron atacadas por la maquinaria Libertadora.

Por eso la revisita a obras como Cinco hombres en Marte no debe considerarse hallazgo o mera curiosidad bibliográfica, sino parte de un iceberg fenomenal que está exigiendo reformular ciertos criterios académicos historicistas en cuento a la genealogía, desarrollo y muerte de una diversidad de géneros y subgéneros literarios. Esta publicación así lo demuestra.



¡Nuevo lanzamiento! Cinco hombres en Marte de Fernando Hugo Casullo






«Cinco hombres en Marte». Novela escrita por Fernando H. Casullo en 1943. Obra de ciencia ficción interplanetaria que narra las aventuras de un quinteto de argentinos durante su expedición al planeta rojo. Allí se topan con marcianos, dinosaurios, arañas y gorilas gigantes y las ruinas de una civilización extinta que reserva un maravilloso secreto.

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jueves, 23 de enero de 2020

El día que los extraplanetarios invadieron la Argentina por Alejandro Agostinelli

Hace pocos días, Alejandro Agostinelli, mítico autor y periodista, leyó y reseñó el último lanzamiento de Ignotas: Primer mensaje extraplanetario. Copiamos a continuación la nota que escribió para su maravilloso sitio web FACTOR BLOG (de visita obligada). Gracias Alejandro por tan generosa lectura:

El día que los extraplanetarios invadieron la Argentina

Mariano Buscaglia, gran maestre de Ediciones Ignotas, gestionó una hazaña pequeña pero heroica: reeditó “Primer mensaje extraplanetario”, una obra casi desconocida firmada por Franck G. Robertson que publicó la editorial BO-SI, Buenos Aires, en el año 1956.




Este libro, que se lee de un tirón, tiene varios atractivos: 1) es un incunable: hojear sus páginas, seis décadas después de haber sido publicada por primera vez, es un privilegio; 2) enseña cómo funcionaba el relato de la invasión “extraplanetaria” a mediados del siglo pasado, cuando la mitología ovni aún no había desplegado sus alas y las grandes epopeyas ufológicas no habían sido registradas y 3) el tal Franck G. Robertson podría ser el seudónimo de los fundadores del espiritismo platillista argentino.
Hace un año devoré “Jauría” (Negro Absoluto, 2018), ópera prima de Fernando Chulak ambientada en Villa Epecuén; en el marco de ese caserío fantasma, Fonseca, un hombre que sigue rutinas indescifrables, permanece cautivo en una casa vigilada por una jauría de dogos, escoltado por Sergio, un tipo poco expansivo y solitario.
Las acciones del sujeto que mantiene a Fonseca encerrado, una suerte de mercenario que dispone de la víctima con pasmosa bonhomía, pasan de la imaginable cotidianeidad de una situación de secuestro a nuevos acontecimientos que generan un trepidante bucle de extrañeza y desconfianza sobre su verdadera misión, que crecen hasta explotar.
En “Jauría”, el perfil de los personajes, el ritmo del relato y la suma escalonada de enigmas envuelven al lector en una trama sombría, tortuosa y apasionante.
No bien terminé de leer “Primer mensaje extraplanetario” (Ediciones Ignotas, 2019) no pude evitar la comparación, habiendo, desde luego, un abismo entre la exquisita construcción narrativa de Chulak y la, por momentos, desoladora orfandad creativa de Robertson. Aun así, la ficción recuperada por Ediciones Ignotas es maravillosa. Si el talento y la imaginación no sobran en la composición de la intriga, alcanzan para saber cómo un autor pensaba, a mediados de los años cincuenta, un escenario de invasión utilizando como “embajador extraplanetario” a un jubilado argentino a quien de un día para otro se le acaba la paz.
La novela comienza con una carta del autor, un periodista, al lector, a quien advierte que el protagonista de la historia, un perito mercantil retirado que usó sus ahorros de toda su vida para refugiarse en una granja rural,  «aún vive» (es decir, aún vivía en el momento de la publicación). “Suelo verle con alguna frecuencia y puedo dar fe de su perfecta normalidad mental”, escribe. Inmediatamente, revela que una madrugada de 1955, sin preaviso, el hombre es asaltado por unas criaturas de baja estatura, ostensiblemente peligrosas, que trastocan su existencia y convierten a su residencia en una base de operaciones de seres de otro planeta a lo largo de una odisea de 37 días de duración. El dueño de la hacienda “invadida” es un hombre como tantos, temeroso, un poco egoísta y con una vaga noción sobre la existencia de los platos voladores, cuyas noticias asolaban en todo el mundo, a quien el jefe de los intrusos, el comandante Jroh, le delega la responsabilidad de dar a conocer el más trascendental mensaje a la humanidad.




El periodista ayuda al contactado a transmitir una serie de hechos dramáticos –algunos involuntariamente risueños, otros horribles– que ha puesto en jaque el futuro del planeta.
Al modo de “El día que paralizaron la Tierra” (R. Wise, 1951), en el cine, al de Flash Gordon o Perry Curtis, en la historieta, o a la usanza de contactados contemporáneos como George Adamski o Daniel Fry, en el mundo real, el protagonista es intimidado por seres que se jactan de su alto poder tecnológico y lo demuestran pulverizando cosas. A él no le queda otro remedio que aceptar la misión de advertir a la Tierra el cese de pruebas atómicas que “han puesto en peligro la integridad de los mundos habitados”. Las consecuencias no se harían esperar: el incumplimiento del pedido será seguido de la destrucción del planeta.



PERRY CURTIS, 1953
En la revista Platillos Volantes, Perry Curtisun Flash Gordon doblado al español, están presentes las líneas maestras que atravesarán la historia del contactismo, las abducciones y  los encuentros con extraterrestres. Es clara la continuidad cultural entre la imaginación artística y la popular.

Hay en la novela descripciones que aparecen por primera y única vez en la narrativa extraterrestre, como la denominación “extraplanetarios” (en tiempos en que eran de uso corriente visitantes interplanetarios, seres de otros mundos, uránidas, naves espaciales y hasta ovis –esta última resultado de la traducción literal del inglés ufo), la transmutación del plástico en materia viva y, quizá, el círculo rojo brillante de unos siete centímetros de diámetro en el centro del pecho de las entidades.
Otros ingredientes dan una acabada idea de que existe un continuum entre las más tempranas obras artísticas inspiradas en la mitología de la invasión marciana y los eventos que constituyen la llamada ufología real: seres de baja estatura y ojos grandes, su saludo consistente en levantar la mano derecha, la rápida adaptación a la atmósfera terrestre (reflejada en la gradual inutilidad de la escafandra, por entonces “escafandro”), el uso de enterizos pegados al cuerpo “como una segunda piel”, armas desintegradoras, círculos de vegetación chamuscada en el sitio del aterrizaje, animales muertos en circunstancias misteriosas, abducciones que terminan mostrando el planeta de los alienígenas a través de una claraboya, testigos “elegidos”, El Gran Consejo Extraplanetario o similares, la interpretación según la cual los visitantes son emisarios satánicos, la mezcla de escepticismo e incomprensión de las autoridades y otros clisé que viendo las circunstancias vamos a ahorrar so pena de ser defenestrados por espoilear la obra.



URÁNIDAS
A mediados de los años 50, una de las formas de referirse a visitantes de otros mundos era Uránidas. Gastón Lenormand, en “Yo estuve en un plato volador”, afirma que así les llamaba a los humanoides el pionero de la era espacial, Hermann Oberth (1894–1989). El físico alemán creía que los platillos voladores eran naves espaciales de otro sistema solar.
Foto: En octubre de 1960, Oberth asistió al congreso internacional OVNI/OVI de Wiesbaden, Alemania, oganizado por el editor platillista Karl Veit (1907–2001). Entre el público había curiosos, ufólogos y contactados. La mujer rodeada por un círculo, por ejemplo, afirmaba proceder del planeta Venus.
Un párrafo sobre su calidad literaria. En más de una ocasión maldije al autor por crear situaciones inverosímiles, como unos invasores que se la pasan empujando al protagonista, la inadmisible visita que recibió de sus nietos o la inaudita desaparición del periodista, pero el carácter ambivalente y las distintas personalidades de los extraplanetarios Jroh, Akci, Ram y el anciano, así como la brusquedad de ciertas acciones, dotan a la novela de singularidad. Como cuando una chica nos atrae pero no nos termina de convencer: interesante.
Pero, por favor, a no quedarse con eso: esta novela no es una joya, es diamante en bruto. Fue escrita cuando la gran historia contemporánea de los extraterrestres aún estaba por escribirse. Si bien su argumento es simple, está colmado de detalles deliciosos para quienes estudiamos –y/o disfrutamos– de los relatos de encuentros con extraterrestres en los albores del platillismo.




EL ENIGMÁTICO SR. ROBERTSON
A lo largo de más de cuarenta años de interés continuo por el asunto no busqué “Primer mensaje extraplanetario. ¿Invadirán la Tierra extraños seres de otros planetas?” por una sencilla razón: ignoraba redondamente su existencia; de hecho, Ediciones Ignotas ha preservado la belleza rústica del original ilustrado.
La reedición fue posible gracias al ejemplar recuperado por el mexicano Adrián Segundo González, quien facilitó las imágenes que permitieron su restauración y reproducción facsimilar de la edición publicada por la editorial BO-SI en 1956.
En una introducción que resume y contextualiza los primeros años de la literatura argentina sobre los platos voladores, Christian Vallini Lawson y Mariano Buscaglia se preguntan por la real identidad de Franck G. Robertson, que es un evidente seudónimo por 1) el error gramatical (la abreviatura del apodo “Franck” se escribe Frank) y 2) en la incipiente ciencia ficción era habitual utilizar nicks en inglés o francés, pese a que las aventuras transcurran, como en este caso, en Merlo, provincia de Buenos Aires.
En los años 50, la editorial BO-SI, a cargo de Helvio Botana (uno de los hijos del célebre empresario periodístico Natalio Félix Botana), solía reimprimir manuales técnicos escritos por Jorge Duclout, quien –recuerdan los autores del prólogo, citando mi investigación (1)– fue, junto con su hermano Napy, coautor de “Origen, estructura y destino de los Platos Voladores” (de ahora en más, OEDPV) (1953, 1954). Entre los manuales de los Duclout reimpresos por BO-SI había varios firmados por Franck G. Robertson.
Por su parte, el sello de los hermanos Duclout, Editorial Jorge A. Duclout, tenía una colección destinada a “Novelas Científicas”, que incluyó la obra “El interplanetario atómico” (1945). El libro estaba firmado por un tal Alberto Brun, donde “Alberto” era el segundo nombre de Jorge y “Brun” su apellido materno. El argumento giraba en torno al tópico de la época: “la milagrería atómica como revolucionaria forma de energía” (p. III). Si bien era común el uso de seudónimos, en el caso de los Duclout estaba más justificado: en OEDPV los hechos relatados no se enmarcaban en la categoría “Novela Científica” sino en el “Realismo Fantástico” que se iba a dar a conocer, tres lustros después, en la Francia de “El Retorno de los Brujos” y la revista Planeta: las peripecias de los Duclout, al frente de un grupo espiritista que incorpora en trance al espíritu un “Ingeniero de talento” quien, a su vez, contacta con el piloto de un plato volador de Ganímedes. Las circunstancias que se desarrollan durante las sesiones mediúmnicas y los hechos posteriores al encuentro (en el anexo publicado en la reedición de 1954) son descriptas como hechos genuinos, aparentemente despojados de fantasías y ornamentos literarios.
En 1952, el piloto del plato anuncia a los Duclout que, para demostrar su existencia, sobrevolará, en dos años, la ciudad de Buenos Aires. Así, los hermanos autoeditan el libro y hacen el anuncio a la prensa, que espera la llegada de los visitantes para la madrugada del 6 al 7 septiembre de 1954. Por su parte, una comitiva liderada por los Duclout y secundada por un grupo de periodistas emprende la ascensión hasta la azotea del Kavanagh, entonces el edificio más alto de Buenos Aires. Esa noche ven algo.
¿Por qué el uso del seudónimo es otro indicio de la posible autoría de Jorge, Napy Duclout o de ambos? Porque si OEDPV pretende relatar un auténtico suceso ufológico (que, por cierto, fue el primer gran hecho relacionado con el tema difundido en la Argentina), el carácter novelesco de “Primer mensaje…” es más que evidente. Un segundo libro de ciencia ficción, entonces, echaría una sombra de duda sobre el anterior, motivo suficiente para resguardar la identidad de los autores.
“Dado el antecedente literario con el que contaban los hermanos Duclout, escriben Lawson y Buscaglia, sus manuales técnicos, su famoso libro sobre ufología y la novela de ciencia ficción que publicaron, no es aventurado arriesgar que el autor de este libro fuese alguno (o por qué no los dos) de los Duclout. Primer Mensaje sería el híbrido perfecto entre El interplanetario atómico y Origen, estructura y destino, donde la técnica y el mensaje pacifista en boca de los extraterrestres se difunden a través de la novelización”.
Probablemente estén en lo cierto. Más porque encontré otra coincidencia curiosa, más cerca del guiño que del hecho fortuito: el primer encuentro del protagonista de la novela de Robertson con los extraplanetarios ocurre en la madrugada del 6 al 7 septiembre de 1955, justo cuando se cumplía el primer aniversario del avistamiento previa cita de los hermanos Duclout en la terraza del Kavanagh.




OTRAS POSIBLES INSPIRACIONES
El más claro antecedente argentino de “Primer Mensaje…” es “Yo estuve en un plato volador”, firmado por un tal Gastón Lenormand (Ediciones MEM, Bs.As, 1955), falsa traducción del inexistente original en francés “J’Ai Voyage en Soucope Volante”. Lenormand era, según me reveló el periodista Ricardo Propato en 1984, uno de los seudónimos del periodista Eliseo Castiñeira de Dios solía usar en los años 50 en revistas como Ahora Autoclub (2).
Aquel libro estaba dividido en dos partes, una cuyo primer capítulo tiene casi el mismo título de la bajada de “Primer Mensaje…” (“¿Nos invadirán desde otros planetas?”), que desarrolla una historia periodística (penosamente escrita y basada en recortes de prensa) sobre las incursiones de los platos voladores en la Tierra, y otra testimonial, con un estilo literario y ritmo novelesco, que es la que le da nombre al libro: las aventuras del políglota explorador Pierre D’Haberau, quien durante una excursión a través del Himalaya fue reclutado por devotos del Dalai Lama que le encargaron oficiar de intérprete de cinco marcianos a quienes mantenían secuestrados en un templo del Potala.
Tal como advierten Lawson y Buscaglia, en ambas novelas los humanoides son de contextura fuerte y de pequeña estatura. Pero aquí se acaban las similitudes: los marcianos Kigg, Kugg, Kagg, Kogg y Kegg del libro de Lenormand duermen acurrucados como las momias aymaraes, tienen unos ojos felinos que escrutan la oscuridad y realizan proezas paranormales, como levitar. La aventura tampoco se parece mucho: los seres no son invasores ambivalentes sino víctimas de una secta budista que se quiere quedar con sus secretos, y D’Haberau pasa de ser cómplice de los sectarios a salvador de los marcianos.  
Quizás, para encontrar más paralelismos, es necesario buscar en la tradición anglosajona y repasar a fondo las fuentes de «Origen, estructura y destino de los Platos Voladores». Pero bienvenida la cita de los prologuistas a la despampanante historia de D’Haberau para pensar en otra nota o, mejor aún, en un nuevo diamante en bruto para Ediciones Ignotas. Que tiene cuerda para rato: quedan muchos arcanos por exorcizar.
REFERENCIAS
1) Agostinelli, Alejandro; “Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina” (Ed. Sudamericana, 2009).
2) En Guía Biográfica de la Ufología Argentina (Cefai Ediciones, 2000), R. Banchs coincide con que Eliseo Castiñeira de Dios escribió “Yo estuve en un plato volador”, pero agrega que lo hizo junto al periodista (Juan) Andrés Cuello Freyre. El segundo, probablemente, develaría la autoría de la primera parte. 

martes, 6 de agosto de 2019

La generosa pasión del coleccionista

Hermosa nota de Lautaro Ortiz que apareció en Página 12 el día 02/06/2019:


La editorial pone el foco en rarezas literarias. Publicó Casos policiales de William Wilson, de Vicente Rossi, y Primer Mensaje Extraplanetario, de Franck G. Robertson.

Por Lautaro Ortiz

Entre coleccionistas, entusiastas y académicos, mencionar títulos como Casos policiales de William Wilson de Vicente Rossi (1912) y Primer Mensaje Extraplanetario de Franck G. Robertson (1956), puede entenderse como un gesto de provocadora erudición. Quien se atreva, deberá asegurarse de no ser interrogado a fondo, porque desde hace mucho tiempo se sabe que esos libros son míticas referencias bibliográficas, datos curiosísimos que sólo se encuentran en las cronologías sobre los precursores del policial rioplatense (Rossi), o en los hitos subrayables de la literatura ufológica en argentina (Robertson). 

La razón por la cual la mayoría de los lectores no acceden a la lectura de esos autores no hay que atribuírsela enteramente a cierta fatiga académica; también son responsables los grandes sellos que nunca se corren de la lógica del mercado. Por suerte, en ese otro lado de la moneda donde brillan las editoriales independientes, apareció en escena el narrador, coleccionista e investigador Mariano Buscaglia (1976), un apasionado de estos misterios literarios, quien decidió crear “Ediciones Ignotas” con el propósito de sacar de la vidriera académica aquellas joyas guardadas y ofrecerlas a la vista de todos y todas.

“Si bien hubo editoriales que pusieron su granito de arena en esta tarea, nunca existió un sello exclusivamente dedicado a editar textos que no conocen reedición desde la única vez en que se imprimieron. Por eso me embarqué en esta aventura, aunque debo reconocer que, por ahora, es más un capricho que un negocio”, dice Buscaglia mientras se deja acompañar en su recorrido por las librerías de la calle Corrientes, en busca de material no catalogado de su abuelo materno: el dibujante Alberto Breccia.

Sobre el primero de los lanzamientos (Casos policiales de William Wilson) habría que decir que su autor Vicente Rossi (Uruguay 1871-Argentina 1945) es conocido por su famoso estudio sobre los orígenes del tango Cosa de Negros (1958) y también por aquella profecía lanzada por Borges que aseguraba que ese “matrero criollo-genovés de vocación charrúa” sería descubierto algún día “con desprestigio de nosotros sus contemporáneos y escandalizada comprobación de nuestra ceguera”. Y Borges tuvo razón, aquel día llegó, aunque con un detalle: el redescubrimiento de Rossi no fue por sus devaneos historicistas, sino por sus relatos policiales.

Los cuentos de Rossi, suerte de crónicas delictivas realistas con Buenos Aires como escenario, tenían como protagonista al detective William Wilson, en obvia alusión a Poe, que siempre estaba secundado por el oficial Máximo. Fueron escritos entre 1907 y 1910 para la revista La Vida Moderna y, luego, en 1912, el propio Rossi los compiló en un libro que editó en su imprenta, sin saber que ese gesto convertiría a su trabajo en la primera antología de relatos policiales argentinos de un solo autor. 

Esta edición no sólo recoge los cuentos originales (cinco) sino que agrega cinco más, uno de los cuales se consideraba perdido. Además del prólogo de Ray Collins el lector se encontrará con un excelente estudio del investigador Román Settón, que sostiene que Rossi “es el punto de inflexión” entre la literatura policial precedente a 1910 y la que surge en la segunda década del siglo XX. 

“Siempre fue el más moderno de sus contemporáneos, me refiero a los llamados pioneros del género como Luis Varela, Félix Alberto de Zabalía y Eduardo L. Holmberg”, comenta Buscaglia mientras ojea con cuidado una pila de la revista Aventura de los años 40 y 50 que se venden a 80 pesos. “Era un tipo audaz, decidido, y eso está en sus textos. Sus policiales están muy cerca de la crónica policial y tienen algunas migajas del policial callejero y negro que llegará unas décadas después.” 

–Esta edición termina con el misterio del cuento perdido de Rossi…

–Sí. Durante año se creyó que el relato “Extraña estafa a un extraño náufrago del ‘Colombia’”, estaba perdido, pero en realidad lo que había pasado es que estaba mal fechado…

–Y simplemente había que revisar unas páginas más adelante…

–Simplemente había que buscar con ganas para encontrarlo (Se ríe). También decidí agregar otros dos cuentos que no son de Rossi pero dialogan con él y que fueron publicados en la misma revista y en esos años, para dar idea al lector de la importancia de la pluma de Rossi. Uno es “El fantasma invisible” firmado por un tal Williamson, guiño evidente al detective de Rossi, y el segundo se titula “La revelación de un famoso misterio Castillo-Gartland” escrito por un tal Enrique Ayuso que hace referencia al cuento de Rossi “El asesinato del señor Gartland” y a los casos policiales que tenían siempre por víctimas a ancianos de costumbres sórdidas. Lo interesante de este relato es la descripción puntillista que hace Ayuso de todo ese ambiente marginal de las orillas portuarias, con garitos de juegos, prostíbulos, homosexuales y gente travestida. Diría que es el primer cuento en encarar la temática transexual de argentina.

Sobre la segunda novedad de Ediciones Ignotas, Primer Mensaje Extraplanetario firmado por un tal Frank G. Robertson, hay que decir que entre los especialistas de textos ufológicos, ése es uno de los más difícil de hallar y “uno de los más deseados por los bibliómanos de la literatura sobre platos voladores”. Lo cierto es que Buscaglia no se conformó sólo con el hallazgo, sino que decidió hacer un edición facsimilar de la que publicó en 1956 el sello BO-SI, perteneciente a la familia Botana. Una jugada que Buscaglia califica de “suicida” ya que hubo que reconstruir la novela página por página a partir de fotografías.

–¿Quién es Franck G. Robertson?

–Franck Robertson, con ese error gramatical en el nombre, probablemente sea el seudónimo de los hermanos Duclout, Jorge y Napy, gestores del primer libro en argentina que aborda el fenómeno de los ovnis. Esta novela es uno de los primeros libros sobre contactos entre humanos y extraterrestres, en clave novelística, con una ambientación rústica o campestre. 

–¿Qué papel ocupa el tal Robertson, en la ciencia ficción argentina?

–Considero a los libros factoides o de realismo fantástico (como los llama Fabio Zerpa) como un subgénero literario, una especie de hermano bobo de la ciencia ficción que todos se avergüenzan de reconocer. Dio muchos libros de  calidad, sobre todo por ese juego entre la verosimilitud y la fantasía.  

De pronto Buscaglia se olvida de los ovnis y en el medio de la librería dice: “Mirá”.  Son las páginas 14 y 15 de la revista Aventura del año 1948 donde el trazo del viejo Breccia se torna inconfundible. Es una adaptación de “La isla del tesoro” de Stevenson. Buscaglia entonces paga y al salir a la calle con la revista bajo el brazo, dice: “Uno colecciona para compartir, no sirve de nada acumular y ser mezquino. Lo único que conseguís con eso es colaborar con el olvido y acá, en la Argentina, tenemos demasiada desmemoria. Mi abuelo fue uno de los que más me inculcó la manía de rescatar a autores y a dibujantes olvidados. Esa es un poco la misión de mi editorial, aunque llegue a poquitas personas”.

martes, 18 de junio de 2019

Reseña a Casos policiales de William Wilson por José María Marcos

Compartimos la reseña publicada en el extraordinario blog El país de la bruma:


Desafiando a Poe y a Conan Doyle desde el Río de la Plata

Vicente Rossi (1871-1945) —conocido mayormente por El gaucho (su origen y evolución) (1921) y Cosas de Negros  (1926) y citado por sus estudios sobre el castellano rioplatense, la historia del tango y el teatro local— escribió entre 1907 y 1910 una serie de diez cuentos policiales protagonizados por el detective William Wilson (que toma su nombre de un cuento de Edgar Allan Poe), publicados de manera episódica en la revista argentinaLa Vida Moderna. En 1912, el propio Rossi autoeditó Casos policiales de William Wilson con los cinco primeros relatos (acompañado por un subtítulo que indicaba Primera serie), volumen que en Argentina se transformó en la primera antología de relatos policiales escritos por el mismo autor. La iniciativa quedó trunca (no salió la segunda parte), y la osadía permaneció como una cita obligada a la hora de hablar del policial argentino, con el fulgor de un vaticinio de Borges, quien en 1928 dijo: “Este, ahora inaudito y solitario Vicente Rossi, va a ser descubierto algún día, con desprestigio de nosotros sus contemporáneos y escandalizada comprobación de nuestra ceguera”. Recién en 2016, Ediciones Ignotas —a través de su Colección Exhumados— reunió por primera vez los diez cuentos, con una introducción de Ray Collins y una semblanza  del autor, y en 2019, el sello comandado por Mariano Buscaglia presentó otra edición a la que se suman ilustraciones originales, un estudio crítico de Román Setton y un anexo con dos cuentos publicados en La Vida Moderna, que no pertenecen a Vicente Rossi pero dialogan con William Wilson: “El fantasma invisible” (firmado por Williamson) y “La revelación de un famoso misterio Castillo-Gartland” (con la rúbrica de Enrique Ayuso). Nacido el 23 de marzo de 1871 en Santa Lucía (Uruguay), Vicente Rossi dio sus primeros pasos en el mundo de las letras en los periódicos orientales El Telégrafo MarítimoEl Día y El Siglo, y en 1898 se radicó en Argentina, en la provincia de Córdoba,  donde fundó Imprenta Argentina, taller con el que editó gran parte de sus trabajos. Junto a Luis V. Varela, Félix Alberto de Zabalía y Eduardo Holmberg —según precisa el académico Román Setton—, es uno de los más prolíficos autores de la literatura policial argentina hasta la década de 1930. En una nota preliminar (“El lector debe saber”, por William Wilson), Rossi —que era conocido por sus polémicas— se inscribirá en la tradición de las ficciones con investigadores, pero por la negativa y con cierto humorismo, y entonces dirá que el lector no encontrará en sus textos “la ya vulgar colección de cuentos policiales, a base de mágicos recursos, situaciones horripilantes y triunfos sobrenaturales, con que se han degenerado lastimosamente el arte de Poe y las agradables distracciones de Conan Doyle”. Anunciará, también, que sus relatos se alejarán de Londres y París, para trasladarse a Buenos Aires y Montevideo, y establecerá algunas pautas para diferenciarse de la novela policial clásica inglesa, la corriente gótica y el folletín de aventuras, misterio y melodrama, remarcando que el policial en estos pagos debe ser distinto porque “no tenemos ambiente que nos haga aceptar, para entrecasa, milagros de intuición, ni asombrosas coincidencias, ni el engaño del disfraz, ni ventriloquía de oportunidad” y, además, porque “no tenemos castillos prehistóricos, ni siquiera modernos” y tampoco “callejones de la delincuencia, impunemente instalados y patentados en tugurios tenebrosos”. Partiendo desde estas premisas, y a veces forzando los límites de sus propias reglas de juego —porque en algunos casos recurrirá a las tretas de sus maestros—, Rossi presentará diez casos donde habrá siempre un enigma a resolver, aunque no siempre un crimen; abordará la comprensión de los hechos teniendo en cuenta las circunstancias sociales de los protagonistas; mostrará un detective que a veces colaborará con la policía; y dejará constancia de sus prejuicios frente a los inmigrantes recientes, el dinero, la acumulación de riquezas y los prestamistas. Entretendrá con la descripción de casos pequeños (“La pesquisa del níquel”, a partir de una llamativa falsificación de monedas de veinte; “Un correcto señor de luto”, donde la intriga será resolver quién es un extraño; o “Mi primera pesquisa”, vinculado a un ladrón de libros); sugestivos crímenes (“El asesinato de Greiffen” o “El asesinato de Gartland”); la duda razonable ante un imputado (“La herida del reporter”); un macabro hallazgo (“Los vestigios de un crimen”);  y hasta la descripción de ingeniosos robos (“La diadema  de la calle Artes”, “Un robo en complicidad con la ley” o “Extraña estafa a un extraño náufrago del Colombia”). A más de cien años de su aparición original, los relatos de Vicente Rossi se disfrutan tanto por la buscada reinterpretación de los tópicos de la literatura detectivesca como por la natural descripción de representaciones, manías, obsesiones, preocupaciones, hábitos y costumbres de los habitantes del Río de Plata en el comienzo del bullicioso siglo veinte.

José María Marcos

miércoles, 5 de junio de 2019

Reseña a El vampiro y otros cuentos de horror y misterio por Roberto Barreiro




Compartimos la reseña de Roberto Barreiro escrita en su blog Árboles muertos y mucha tinta al libro de Víctor J. Guillot :
La crítica literaria es caprichosa, sobre todo en lo que respecta a la permanencia en el tiempo de un autor. Que una creación sobreviva en el tiempo no tiene muchas veces que ver con la calidad sino con factores externos. De maneras misteriosas, la crítica pasa por alto a narradores que bien merecerían el reconocimiento. Después ya solo queda la autosatisfacción del iniciado en los misterios de la Facultad de Letras y del consenso literario para terminar de olvidar obras que bien podrían valer la pena, pero que terminan en manos de outsiders que hablan de estos libros en blogs, fanzines o similares lugares a que están fuera del campo (como diría Bourdieu). A lo mejor como este blog, que se mete con esa gente olvidada. A lo mejor como tipos como Mariano Buscaglia que edita libros que se salen del canon. Su colección Los exhumadosjustamente nos hace ese favor. Por eso merecen reseña aquí.
Y, si me preguntan, creo que el mayor rescate que ha hecho Mariano es con Victor Juan Guillot
Si por algo es recordado Guillot es por su participación como político radical en el escándalo de las tierras del Palomar, uno de los casos de corrupción más mentados durante la Decada de 1930 (conocida también como la Década Infame) en Argentina. Guillot terminó suicidándose ante las acusaciones que lo tenían como metido en las coimas. Tal vez eso haya sido lo que determinó su olvido como literato. O no. Pero que se lo olvidó se lo olvidó. Lo cual no debería ser asi.
Como bien demuestra este libro de relatos cortos, Guillot es un gran cuentista, a la par con tipos como Horacio Quiroga en su manejo no solo del fantástico sino en la creación del elemento macabro –a veces fantástico a veces no- en la cotidianeidad. El mundo de Guillot combina –al igual que Quiroga- la descripción cotidiana (sobre todo en el campo argentino de esos años) con ese algo raro o fuera de lo esperable que nos deja una puerta abierta ante las dimensiones desconocidas de nuestra vida. Una prosa tersa, ágil y al punto, a veces afectada por cierto lenguaje modernista, otras por un cierto humor macabro tongue –in – cheek  (pienso en “El alma en el pozo” el relato largo con el que termina el volumen). A veces ni siquiera el horror es un recurso fantástico: “El vado” es completamente realista y a la vez uno de las historias más terribles del libro.
Como es que nadie rescatara previamente la obra de Guillot, me deja simplemente entre anonadado y enojado con los guardianes del Conocimiento de la Literatura Argentina. No sé qué miércoles hacen, si un tipo de este nivel es olvidado.
Les urjo a comprarse este libro. Van a encontrar un narrador fabuloso de historias (de misterio y horror), uno de esos tipos a rescatar. Libros como estos son los que le dan sentido al blog.
Roberto Barreiro