Desafiando a Poe y a Conan Doyle desde el Río de la Plata
Vicente Rossi (1871-1945) —conocido mayormente por El gaucho (su origen y evolución) (1921) y Cosas de Negros (1926) y citado por sus estudios sobre el castellano rioplatense, la historia del tango y el teatro local— escribió entre 1907 y 1910 una serie de diez cuentos policiales protagonizados por el detective William Wilson (que toma su nombre de un cuento de Edgar Allan Poe), publicados de manera episódica en la revista argentinaLa Vida Moderna. En 1912, el propio Rossi autoeditó Casos policiales de William Wilson con los cinco primeros relatos (acompañado por un subtítulo que indicaba Primera serie), volumen que en Argentina se transformó en la primera antología de relatos policiales escritos por el mismo autor. La iniciativa quedó trunca (no salió la segunda parte), y la osadía permaneció como una cita obligada a la hora de hablar del policial argentino, con el fulgor de un vaticinio de Borges, quien en 1928 dijo: “Este, ahora inaudito y solitario Vicente Rossi, va a ser descubierto algún día, con desprestigio de nosotros sus contemporáneos y escandalizada comprobación de nuestra ceguera”. Recién en 2016, Ediciones Ignotas —a través de su Colección Exhumados— reunió por primera vez los diez cuentos, con una introducción de Ray Collins y una semblanza del autor, y en 2019, el sello comandado por Mariano Buscaglia presentó otra edición a la que se suman ilustraciones originales, un estudio crítico de Román Setton y un anexo con dos cuentos publicados en La Vida Moderna, que no pertenecen a Vicente Rossi pero dialogan con William Wilson: “El fantasma invisible” (firmado por Williamson) y “La revelación de un famoso misterio Castillo-Gartland” (con la rúbrica de Enrique Ayuso). Nacido el 23 de marzo de 1871 en Santa Lucía (Uruguay), Vicente Rossi dio sus primeros pasos en el mundo de las letras en los periódicos orientales El Telégrafo Marítimo, El Día y El Siglo, y en 1898 se radicó en Argentina, en la provincia de Córdoba, donde fundó Imprenta Argentina, taller con el que editó gran parte de sus trabajos. Junto a Luis V. Varela, Félix Alberto de Zabalía y Eduardo Holmberg —según precisa el académico Román Setton—, es uno de los más prolíficos autores de la literatura policial argentina hasta la década de 1930. En una nota preliminar (“El lector debe saber”, por William Wilson), Rossi —que era conocido por sus polémicas— se inscribirá en la tradición de las ficciones con investigadores, pero por la negativa y con cierto humorismo, y entonces dirá que el lector no encontrará en sus textos “la ya vulgar colección de cuentos policiales, a base de mágicos recursos, situaciones horripilantes y triunfos sobrenaturales, con que se han degenerado lastimosamente el arte de Poe y las agradables distracciones de Conan Doyle”. Anunciará, también, que sus relatos se alejarán de Londres y París, para trasladarse a Buenos Aires y Montevideo, y establecerá algunas pautas para diferenciarse de la novela policial clásica inglesa, la corriente gótica y el folletín de aventuras, misterio y melodrama, remarcando que el policial en estos pagos debe ser distinto porque “no tenemos ambiente que nos haga aceptar, para entrecasa, milagros de intuición, ni asombrosas coincidencias, ni el engaño del disfraz, ni ventriloquía de oportunidad” y, además, porque “no tenemos castillos prehistóricos, ni siquiera modernos” y tampoco “callejones de la delincuencia, impunemente instalados y patentados en tugurios tenebrosos”. Partiendo desde estas premisas, y a veces forzando los límites de sus propias reglas de juego —porque en algunos casos recurrirá a las tretas de sus maestros—, Rossi presentará diez casos donde habrá siempre un enigma a resolver, aunque no siempre un crimen; abordará la comprensión de los hechos teniendo en cuenta las circunstancias sociales de los protagonistas; mostrará un detective que a veces colaborará con la policía; y dejará constancia de sus prejuicios frente a los inmigrantes recientes, el dinero, la acumulación de riquezas y los prestamistas. Entretendrá con la descripción de casos pequeños (“La pesquisa del níquel”, a partir de una llamativa falsificación de monedas de veinte; “Un correcto señor de luto”, donde la intriga será resolver quién es un extraño; o “Mi primera pesquisa”, vinculado a un ladrón de libros); sugestivos crímenes (“El asesinato de Greiffen” o “El asesinato de Gartland”); la duda razonable ante un imputado (“La herida del reporter”); un macabro hallazgo (“Los vestigios de un crimen”); y hasta la descripción de ingeniosos robos (“La diadema de la calle Artes”, “Un robo en complicidad con la ley” o “Extraña estafa a un extraño náufrago del Colombia”). A más de cien años de su aparición original, los relatos de Vicente Rossi se disfrutan tanto por la buscada reinterpretación de los tópicos de la literatura detectivesca como por la natural descripción de representaciones, manías, obsesiones, preocupaciones, hábitos y costumbres de los habitantes del Río de Plata en el comienzo del bullicioso siglo veinte.
José María Marcos
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