Compartimos la nota escrita por Lautaro Ortiz y publicada el pasado domingo 5 de junio en el diario Página 12:
Curioso de las ciencias, del esoterismo y la ciencia ficción, y colaborador de revistas como "Vea y Lea" y "Pampa Argentina", su obra temprana se inscribe dentro de una gauchesca bizarra, cercana a Wimpi y Don Verídico, publicada un siglo atrás.
Por Lautaro Ortiz
A Wimpi se le debe la temprana, fácil y sencilla aclaración acerca del frecuentado término “weird gaucho”, variante local del “weird western”, es decir, algo así como la aparición inconcebible de un hecho fantástico-sobrenatural en zonas rurales argentinas. Para el humorista uruguayo la historia no se trata más que de “literatura de gauchos bolaceros”, es decir, historias improvisadas hasta la exageración para ser compartida en las mesas tambaleantes de una pulpería, alrededor de un pobre fogón, en una comisaría sin presos o junto a un vaso de caña una noche de velas, con el objetivo de mitigar por un rato la soledad, la pobreza y el tedio del paisaje. Cuentos que siempre arrancan por algo realmente “sucedido” e indefectiblemente terminan “en la más fantástica de las patrañas”. Pero ojo, esas patrañas no son simples historias, debajo del poncho suelen ocultar una crítica filosa contra los dueños de la tierra.
La literatura de gauchos bolaceros aparece de tanto en tanto y casi siempre como referencia detectivesca entre quienes detectan huellas en ciertas corrientes de la narrativa moderna, léase páginas de Roberto Bolaño, César Aira o Alberto Laiseca, y no más. El silencio editorial, acompañado de cierto desprecio, acaso por su vecindad con el cuento humorístico, el chiste y la picardía popular, convirtió a esta forma de relato en un fenómeno para melancólicos. Por suerte para nosotros esos melancólicos (como Mariano Buscaglia de Ediciones Ignotas y Dolores García de ediciones El Ramo) forman parte del pujante universo de las editoriales independientes que, contra cualquier especulación económica, llevan adelante una tarea de recuperación y de preservación de esos bordes incómodos en la costura de la memoria literaria argentina.
En este caso se trata de la aparición de los reveladores Cuentos de Baliño del narrador y chacarero Benedicto Antonio Soldavini uno de esos tantos creadores invisibles de la patria que supo hacerse un nombre a fuerza de artículos para diarios y revistas importantes (La Nación, Vea y Lea o Pampa Argentina) durante la primera mitad del siglo XX, publicaciones donde desarrolló desde temas gauchescos hasta reflexiones sobre la energía atómica, los avistajes extraterrestres e, incluso, artículos con tufo a denuncia sobre “la pérdida de la tierra en manos de los grandes latifundistas”.
Baliño es un viejo solitario, frecuentador de ranchos y pequeñas estancias que siempre anda con ganas de hablar con los que trabajan la tierra de sol a sol. Ni bien alguien le pregunta algo o alguna situación le recuerda otra, él desembucha un recuerdo de su juventud donde todo es posible, incluso que los caballos vuelen. “¿Creen que digo mentiras?”, dice. Pero Baliño no es un loco, o en todo caso su locura tiene una historia que podría arrancar por Los cuentos del Viejo Quilques de Santiago Maciel (1928), y seguir luego con los Cuentos de Don Claudio Machin (1947) y Cuentos del Viejo Varela (1953) ambos de Wimpi, e incluso bifurcaciones como, por ejemplo, los Cuentos de Don Verídico (1978) del uruguayo Julio César Castro (Juceca), personaje que luego retomó hasta el mismísimo Landrisina.
El viejo Baliño apareció por primera vez en 1928 en la sección dedicada a los niños de la revista Pampa Argentina, publicación especializada en temas rurales. Sus historias encontraban en el público infantil la necesaria suspensión de la incredulidad para aceptar que un hombre con lazo, boleadoras, poncho y un facón más o menos filoso pudiera ser capaz de enfrentarse no sólo al mismísimo diablo sino también a una naturaleza que para demostrar su poderío puede lanzar al desprevenido, por ejemplo, arañas gigantes. Este cuentero, que a veces aparecía dibujado en las páginas de la revista junto a la carita de niños felices, fue presentado por la publicación a los lectores de la siguiente manera: “Baliño era un viejo criollo que en torno a los fogones camperos o en cualquier ocasión, un alto en los trabajos de rodeo o una mateada en la esquila, por ejemplo, refería historias fantásticas, sucesos extraordinarios ocurridos durante su larga vida. Bastaba que alguien le pidiera que contara algo para que relatara, con admirable aplomo, algunos de sus cuentos”, y el texto terminaba por afirmar: “En varias regiones a donde llegó él o su fama, su nombre se utiliza para entender que es exagerado o increíble lo que se cuenta. ‘Es cosa de Baliño’ o ‘Es cuento de Baliño’, significa que lo que se requiere tiene mucho, sino todo de lo fantástico y religioso”.
En los 27 relatos que conforman Cuentos de Baliño las proezas de este gaucho –del que nadie tiene certeza de su existencia– son dignas de recordar: en su juventud fue capaz de domar una langosta tan grande como un toro; desollar un lazo tan extenso como fuerte para sujetar y volver a su sitio el techo de un rancho arrancado por una feroz tormenta; rescatar a una “güena moza” de una turba de caníbales aparecidos sin mayor explicación luego de una gran lluvia; descubrir el misterioso relleno de unas empanadas que hacen levantar a los esqueletos hambrientos del cementerio; alargar un arroyo con sus filosas espuelas y hasta ahogar a un malón entero, caballos e indios, en un charco.
“Si existió o no es un dato menor, lo importante de Baliño es, en comparación con sus cultores, que él representa al gaucho más bolacero de todos los gauchos, con un poder extraordinario de imaginación, exageración y una audacia que le permitía recurrir, por momentos, a lo escatológico. El viejo Baliño, que no deja de ser un cliché conocido del folklore y de la literatura rural, es un espíritu libre que se mueve en un escenario todavía no regido por la avaricia terrateniente, anda en un territorio a punto de ser conquistado y luego perdido en manos de los dueños de la tierra”, afirma el investigador Mariano Buscaglia y quien iluminó la obra de Soldavini (olvidada durante décadas) en el excelente estudio que precede a la edición de Cuentos de Baliño, a tal punto de demostrar que aquella frase asociada a David Viñas, dueños de la tierra, fue una muletilla constante en la prosa del narrador chacarero.
“Mi primer contacto con Soldavini fue de casualidad mientras hurgaba en los anaqueles de una librería de viejo sobre la Avenida Corrientes. Ahí me encontré con un pequeño librito, prácticamente un folleto, de una hechura muy primitiva, titulado Cuentos de Baliño. Me llamó la atención el año, 1932, el hecho de que se tratara, a todas luces, de una autoedición y que su temática fuera la gauchesca. Lo compré, lo leí y a partir de ahí me desesperé por conocer más sobre el autor. Así me enteré que editó en Pampa Argentina, originalmente, los primeros relatos de Baliño que después completó en ese volumen impreso junto a otros inéditos”, cuentos que la revista, aparentemente, no accedió a publicar por su fantasía desbordante. Bucaglia comenta además que mientras los editores de Pampa Argentina llegaron a equiparar las mentiras de Baliño a las del Barón de Münchhausen, para el investigador bien podría vinculárselo también a las hazañas del legendario Pecos Bill, aquel “vaquero cuyas proezas ayudaron a conformar la topografía mítica del lejano oeste americano” ya que Baliño al igual que aquellos mitos del oeste pertenece a esa raza de “personajes capaces de realizar hazañas sobrehumanas y cuyas aventuras, paródicas y legendarias, pueden interpretarse como eslabones perdidos entre los mitos clásicos y los superhéroes modernos”.
Tampoco es casualidad que quienes escuchan a Baliño, o quienes le reclaman al viejo nuevas patrañas, siempre sean los laburantes de la tierra y nunca, claro, los dueños de las estancias: “Es que el relato de campo no era algo compartido con los patrones, gente criada en la ciudad. Los relatos de campo se contaban en las rondas nocturnas dentro o fuera de los ranchos o durante la siesta, donde los viejos relataban los ‘sucedidos’ o rememoraban viejas hazañas, infladas y exageradas adrede. De hecho, yo mismo recuerdo a unos paisanos de los pagos de Mar del Sur, que conocía mi tío Enrique Breccia, que nos contaban con absoluta seriedad y con buena fe cómo las ballenas, durante los meses de invierno, atravesaban un arroyo en el que a duras penas podían nadar unas mojarras. Es la forma que tienen o tenían las personas de campo adentro de romper con la monotonía pampeana. Mentira y fantasía son, en estos casos, sinónimos equiparables. Una buena mentira es bien recibida porque destruye esa sensación de eternidad que parece transmitir, con algo de desesperación para el ser humano, la geografía pampeana. Y en el caso de Baliño, hay que tener en cuenta que Soldavini fue un enemigo declarado de los terratenientes y de las leyes que los favorecían. Fue su cruzada personal durante toda su vida y, prácticamente toda su obra, está atravesada por esa obsesión”, reflexiona Buscaglia.
Benedicto Antonio Soldavini nació en 1900 en Benito Juárez pero vivió hasta su muerte en 1966 en el pueblo De la Garma, partido de Gonzalo Chávez, en la provincia de Buenos Aires. Autodidacta, curioso de las ciencias, del esoterismo y de la ciencia ficción, fue un acérrimo defensor de la vida campesina y de la propiedad en manos de quienes la trabajan. Su vida y obra desde hace años ingresó en el cono de luz de los mitos, atribuyéndole, incluso, rasgos adivinatorios que van desde el acierto del precio futuro de las alpargatas hasta la escritura de artículos acerca de las consecuencias de las bombas atómicas que ninguna revista le quiso publicar por la sencilla razón que aún faltaban dos décadas para que Truman diera la orden de lanzar el horror desde el aire.
Soldavini, que alternó su vida entre las chacras y la escritura (dicen que leía seis libros por semana) frecuentó la escritura en publicaciones periódicas no sólo para subsistir, sino para darle impulso a su obra que está desperdiga mayormente en las páginas amarillas de las revistas de la época. Pese a eso editó el ensayo La cuestión rural (1928), la obra teatral El drama de la tierra (editado por Tor) y escribió una novela de largo aliento titulada Agua entre los dedos (1956) que no llegó a publicar en vida y que, tras años de custodia de sus familiares, acaba de ser editada por el sello El Ramo de Dolores García.
“Me interesó la opinión que plantea en esa novela sobre una producción agrícola responsable, capaz de proporcionar alimento y trabajo sin enriquecer a unos pocos, un tema que obsesionó a Soldavini”, dice la editora que no deja de sorprenderle alegremente el hecho de que el lanzamiento de la novela del chacharero coincida con la edición del rescate de Cuentos de Baliño por Ediciones Ignotas (ambos obtuvieron una beca del Fondo Nacional de las Artes), ya que de esta manera, se completa de algún modo el universo literario por el cual anduvo Soldavini durante sus años de escritura.
Si con las historias de Baliño encontró en el elemento fantástico una manera de retratar la necesidad del hombre rural de imaginar otro mundo, en la novela pone en juego ya sin disfraces sus contradictorios pensamientos políticos sobre las democracias, el imperialismo y “el populacho” –la novela fue escrita en el 1956–, mientras relata la aventura entre la ciudad y zonas rurales y la manera en que una familia debe enfrentarse y sobrevivir a la dura vida de la tierra. “Lo más notable es que Soldavini era, a todas luces, un tipo con un espíritu y una filosofía muy positivista o cientificista, por lo que la imaginación que enarbola en sus relatos es equiparable, en alguna medida, a la que usaba Lovecraft que también era un escéptico y un descreído. Pero no era a través de la razón que sus personajes trascendían, sino a través de la simbología fantástica. En el caso de Soldavini, da la impresión de que la fuente del poder de su personaje siempre es la fuerza telúrica, el poder de la tierra, que también es el objetivo final que defiende el autor en su novela póstuma. Así que si bien, los Cuentos de Baliño son puro weird-gaucho, detrás de esa exageración hay un propósito que es defender el bien más valioso que tiene el ser humano: el terruño, primer y último bastión de la vida, según el autor”, concluye Mariano Buscaglia.
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